domingo, 10 de agosto de 2008

Se me perdió la promiscuidad

Promiscuidad es un término que frecuentemente escuchamos y que generalmente tiene una connotación negativa: entre más promiscuo eres es más probable que adquieras una enfermedad de transmisión sexual (ETS).

El término parece médico porque se usa en ese contexto. Sin embargo creo que el concepto no coadyuva en la prevención de enfermedades (lo que parece ser su objetivo); peor aún, es un manojo de prejuicios revestidos de un halo de medicina (y por tanto de ciencia). El concepto es una muestra de que tanto la ciencia puede alejarse de la supuesta objetividad que algunos dicen que persigue (de cómo las creencias sí afectan todas las áreas del conocimiento) y cómo algunos pretenden imponer la heterosexualidad a través de la ciencia.

Nos dicen que uno es más promiscuo entre más parejas sexuales tenga en un menor intervalo de tiempo. Y si uno es más promiscuo entonces es más probable que uno adquiera una ETS; es decir, a mayor promiscuidad entonces mayor es el riesgo (de enfermar).

La definición de promiscuidad no proporciona un criterio para decidir cuándo uno es promiscuo y cuándo uno no lo es. Más allá de una pareja sexual a lo largo de toda la vida (el matrimonio monógamo), que no se considera promiscuidad, ni la definición da un criterio ni existe consenso entre especialistas para decidirlo.

Ante la ausencia de matrimonio (el cual se piensa siempre monógamo, sin que existan razones para hacer tal suposición) y de situaciones externas que anclen sus relaciones se presume que lesbianas, bisexuales, homosexuales y demás duran menos en sus relaciones y, por tanto, suelen tener un mayor número de parejas sexuales en menores intervalos de tiempo. Es decir, lesbianas, bisexuales, homosexuales y demás (los que no tienen el matrimonio, los que no son heterosexuales) son más promiscuos (y de ahí que, automáticamente, constituyan grupos de riesgo).

Cuando se compara a una pareja del mismo sexo con una heterosexual, frecuentemente (sino es que siempre) se dirá que la del mismo sexo es más promiscua que la heterosexual. Poco importan las condiciones particulares de cada pareja, así sea que la pareja del mismo sexo sea monógama de toda la vida y la heterosexual no.

Lo anterior en parte se debe a una serie de ideas (prejuicios) sobre cómo es (y fue y será) el matrimonio, ideas que están muy lejos de estar siempre presentes en todos los matrimonios ahora y a lo largo de la historia.

Pero la introducción del matrimonio entre personas del mismo sexo difícilmente cambiará en el corto plazo lo anterior (ni a los no heterosexuales se les considerará menos promiscuos ni a los heterosexuales más).

Por lo anterior ser o no promiscuo (lo que sea que signifique) no es una medida del riesgo del contraer una ETS. ¿Quién corre más riesgo: el hombre homosexual que tiene sexo siempre con condón o la mujer monógama cuyo marido tiene tanto sexo como el hombre homosexual (pocas veces con ella) pero que no usa condón? Al primero frecuentemente se le calificará de promiscuo y a la segunda no. Así no es extraño que las cifras de infecciones por VIH crezcan rampantemente entre mujeres casadas y fieles.

El concepto de promiscuidad estigmatiza, genera falsos sentimientos de seguridad y dista mucho de proporcionar un criterio médico del riesgo. Al hacer uso de él, una persona heterosexual está en ventaja frente aquella que no lo es e incluso se le suele usar como justificación del matrimonio heterosexual (ya que representa el menor riesgo).

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