Formas harto conocidas de ejercer la discriminación son las explícitas, ya sea por medio de la violencia física o través de los insultos, una forma de violencia verbal. Son las que saltan a primera vista. Sin embargo, la discriminación adopta muchísimas formas, muchas poco evidentes. Hay dos potencialmente peligrosas: la discriminación cuando se niega la existencia de algo o, peor aún por ser furtiva, cuando ni siquiera es nombrado. No pocas veces se presentan ambas a la vez. Un ejemplo del primer caso negar la existencia de transexuales, transgéneros, lesbianas u homosexuales en algunos lugares e instituciones (Irán o la Iglesia católica). Ejemplos cuando se presentan ambos son muchos. Uno que debemos mencionar, por su duración y fijación en la sociedad, es la negación de la sexualidad femenina, que en muchos lugares sigue siendo negada. Las únicas mujeres con sexualidad independiente eran las prostitutas. Otro ejemplo lo constituye la negación de los transexuales y transgéneros. Se les niega la posibilidad de cambiar legalmente su género y de poder desenvolverse con mayor soltura en su vida cotidiana. Finalmente, otra caso de discriminación por negación y silencio, lo constituyen los llamados "crímenes pasionales". Se niega a nombrárseles y reconocérseles como crímenes de odio por transfobia, lesbofobia u homofobia.
Transfobia, lesbofobia y homofobia, ¿muchos términos para una misma cosa? Pareciera por lo menos que la homofobia incluye a la lesbofobia pero ¿es así? Como ya mencioné, durante muchísimo tiempo, incluso hoy en día, la sexualidad femenina ha estado subyugada por la masculina. La sexualidad femenina era tan solo es un apéndice necesario para la realización de la masculina: un instrumento (indeseable) para la sexualidad del marido y la procreación pero que carecía de existencia propia. Bajo esta concepción, ¿qué podían hacer dos mujeres solas y juntas? Para ellos la respuesta era obvia: nada. Lo contrario era absurdo e inverosímil. Así pues, sino hay sexo no hay pecado, ni delito, ni desviación sexual, ni enfermedad psiquiátrica. Es por esto que las lesbianas pasaron mucho tiempo desapercibidas (las amigas "solteronas y quedadas").
Muy por el contrario, la sexualidad masculina era objeto de mucha preocupación por parte de todos: sacerdotes, abogados, médicos, gobiernos, etcétera. Dos hombres solos y juntos son potencialmente peligrosos para la sociedad. Dios (para algunos realizado a través de la sociedad) creó al hombre y a la mujer para complementarse: el hombre en el lugar del macho, dominante, y la mujer sumisa, dominada. Esta dominación culmina, alcanza su plenitud con la cópula: el macho penetrando y realizándose a través de la hembra. Pero, ¿un hombre penetrando a otro hombre? ¿Qué es del segundo hombre? ¿Es hembra, es sumiso, ha negado el papel que dios (o la sociedad) le ha otorgado? ¿Renunciar a ser el macho? Esto se ha interpretado como un acto contra dios, contra el rey, contra la sociedad, contra el sentido común, contra todo lo decente (variando la época). En síntesis era un acto de subversión: subvertía el orden de las cosas (entiéndase el hombre arriba y la mujer abajo). Esta es la forma cómo se ha expresado el miedo al amor entre varones, la homofobia: la amenaza contra el orden establecido.
Así la lesbofobia, el miedo al amor entre mujeres, aparece más tardíamente en nuestra historia. Aunque comparte motivos con la homofobia, la lesbofobia está ligada fuertemente con la misoginia (la cual también juega un papel en el caso de la homofobia, pero mucho menor). Ya que la lesbiandad pone en cuestionamiento incisivamente el papel de la mujer con respecto al hombre y recíprocamente, no es extraño que aumente su visibilidad a la par del surgimiento y fortalecimiento del movimiento feminista. Así con la presencia cada vez mayor tanto del feminismo como de la lesbiandad, arrecian la misoginia y la lesbofobia.
Mientras lesbianas y homosexuales cuestionan el orden dado por dios a las cosas, transexuales y transgéneros cuestionan las cosas mismas creadas por dios. Lesbianas y homosexuales cuestionan un orden que generalmente se acepta como social, mientras transexuales y transgénero cuestionan una categoría hasta hace poco tenida por totalmente biológica: la dualidad de los géneros (y esto explica porqué se hacen visibles tan tardíamente en nuestra historia). La reacción frente a transexuales y transgéneros es la transfobia, el odio contra quien pervierte la naturaleza al poner en duda una de sus categorías más elementales.
La transfobia reúne en sí elementos tanto de la lesbofobia y la homofobia, pero va más allá. El miedo al Otro, al extraño, al que no es como yo cala hasta los huesos en la transfobia. De la transfobia, la lesbofobia y la homofobia, la transfobia es la que se lleva la peor parte de todas.
Quien pretenda combatir (sinceramente) la discriminación por sexualidad y género, eventualmente tendrá que reflexionar al respecto sobre las distintas formas de odio. Uno de los primeros pasos para combatir cualquier tipo de discriminación es la visibilización y en primer lugar nombrarla. Transfobia, lesbofobia y homofobia son formas de odio íntimamente ligadas entre sí, pero que se expresan de formas muy diversas. Pueden presentarse de forma aislada o combinadas. Alguien que combata la homofobia (la lesbofobia o la transfobia) puede ser acérrimamente transfóbico, lesbófico u homofóbico, muchos sin darse cuenta de ello. Por esto no basta con decir que se lucha contra la discriminación por sexualidad y género o con nombrar una de estas tres formas de odio (y pueden existir muchísimas más relacionadas). Es necesario nombrarlas explícitamente: transfobia, lesbofobia y homofobia (el orden responde a quien se lleva la peor parte). Omitir nombrar cualquiera de estas (aun así por economía de términos) constituye un acto de discriminación sin palabras.
martes, 27 de noviembre de 2007
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